Reseña: En torno a “En Bolivia no hay racismo, indios de mierda” de Carlos Macusaya por Wim Kamerbeek


Introducción

Carlos Macusaya Cruz es un teórico indianista boliviano que ha escrito recientemente “En Bolivia no hay racismo, indios de mierda. Apuntes sobre un problema negado”. Es una compilación de textos que parecen buscar refutar algunos prejuicios sobre el racismo en Bolivia. No obstante, el aporte lúcido de Macusaya parece quedarse corto cuando busca politizar al sujeto político del que habla, el indio. Por tanto, resta saber si lo que busca Macusaya es una politización de “lo indio” que busca el poder, o una reivindicación identitaria. 

Los Trastornos de la Nación

Los capítulos más lúcidos -y no porque los anteriores sean “malos”, sino por su carácter introductorio, al menos, en lo que respecta a racismo y sus consecuencias para una sociedad como la boliviana, tan compleja- son “identidad nacional, orden social y movilidad”, “virginidad cultural y defensa de lo propio” y “politización del racismo”. Es un análisis que se centra en una relación entre “centro” y “márgenes”, que Macusaya denomina “orden racializado”. Aunque la identidad indígena que Macusaya defiende se ubica en los márgenes, el razonamiento implícito es que ese “margen” tiene una relación variante con el centro: hay veces en que se le acerca y el margen se distorsiona, por tanto, es mejor si el margen se mantiene en su lugar y se politiza encontrándose a sí mismo, aunque el objetivo de dicha politización no queda claro. Es decir, si el “margen” va a tomar el centro o prefiere mantenerse.

Para la identidad indígena que Macusaya defiende, el mestizaje como dispositivo ideológico del Nacionalismo Revolucionario no altera un “orden racializado”, sino que lo enaltece y distorsiona: en realidad, digamos que el mestizaje apunta a buscar una esencia de lo boliviano, de donde lo indígena resulta ser un “pasado” (glorioso, digamos, como cuando se habla del Tahuantinsuyo, pero lejano) y el mestizaje un “presente”, de ahí que la educación y el servicio militar, lejos de homogeneizar una nación heterógenea, más bien naturaliza la relación de esa nación construida por una minoría con esa mayoría que no puede incluirse, aunque cada vez que esta relación se revela como lo que es, resulta en un trastorno. En otras palabras, esto dice que el racismo es una construcción histórica y, por tanto, ideológica, y también geográfica (como cuando Macusaya recorre La Paz desde El Alto hasta Calacoto). Macusaya demuestra hábilmente, que el Estado ha demostrado dos formas de neutralizar ese trastorno: una “folklorización” de lo indígena y, por otro lado, que, a pesar de la apertura de la educación y la profesionalización, hay una “devaluación de ciertos oficios” (como el caso del Magisterio) que termina legitimando el “orden racializado”. 

Por supuesto, “En Bolivia no hay racismo, indios de mierda” no es un análisis del Nacionalismo Revolucionario, Macusaya también analiza al gobierno del Movimiento Al Socialismo y en el último capítulo al Gobierno Transitorio de Jeanine Añez y los Demócratas. Probablemente, el momento político de más cercanía entre el indianismo y el Estado puede ser el gobierno de Evo Morales, pero aquí también es cuando el orden racializado se relegitima, esta vez en forma de un “naturaleza cultural”. Es decir, si existe un orden racializado en el que el mestizaje, con su pretensión de universalidad, comprende a las identidades particulares como una “lejanía”, el reconocimiento a “lo indígena”, termina siendo apenas un “encubrimiento”, porque el racismo sigue existiendo. La “naturaleza cultural” ahora, significa un “mecanismo de poder embellecido de reconocimiento cultural”. Si el poder otorga lugares en una formación, digamos que ahora lo hace en forma de otorgar un lugar a los indígenas: que son “vírgenes” culturalmente, o bien, los “contemplativos y sin iniciativa histórica”. Este poder, lejos de politizar al indio como sujeto político (como lo habían planteando intelectuales indianistas en los ’60 y ’70), más bien aleja a los indios de los mecanismos de poder, “estatizando su cultura” o bien, romantizando una vida en los márgenes.  

La politización de Macusaya

El objetivo del libro es, en palabras de Macusaya tomar bando entre la naturalización o la desnaturalización del racismo, “(…) se pone en juego la naturalización y desnaturalización del racismo. Es una situación en la que grupos que se esfuerzan por mantener la naturalización del racismo, como hay otros grupos que se esfuerzan por sacarlo de esa condición. Hechos que, para los segundos, son claras expresiones de racismo, en cambio no lo son para los primeros, en muchos casos. Sin embargo, el racismo opera no porque se lo reconozca como tal, sino porque hay un tensionamiento en el orden racializado.”. Es en este capítulo, “Politización y Racismo”, donde las consecuencias políticas, en su sentido más politológico, son más evidentes por dos elementos: primero, porque Macusaya hace referencia a una reciente politización de la identidad indígena, que se refleja en el Censo del 2001 y se ubica entre el año 2000 y 2005, cuando las diferencias entre quienes ocupan el poder y quienes no lo tienen, se hacen más evidentes, permitiendo así una “afirmación”, gracias a que las desigualdades se van desnaturalizando, el racismo también; segundo, y esto no es del todo explicado por Macusaya pero es su mejor aporte, cuando se trata de política, se encuentran disputas de participación, en la que unos crean un “lenguaje correcto y válido”, “opinión pública” y convierten la política, que es una “cosa de todos” a una “cosa de pocos”. En otras palabras, Macusaya ha apuntado -sin explotarlo, quizás porque no es el objeto directo de su libro- a una suerte de perversión de la democracia boliviana, sin importar la hegemonía del MAS, donde la representación política parece estar sometida a unos intereses donde tampoco la identidad indígena aparece, sino en forma de cooptación. Probablemente este juego perverso supone que, en conflictos políticos de alta intensidad, “lo indígena” todavía es como un “invitado” o bien, “malagradecido” pero en todo caso “ajeno”. Como las declaraciones recientes del Presidente del Comité Pro Santa Cruz. 

Es verdad, como dice Juan Pablo Neri en su artículo “Racismo: algunos apuntes a la luz del diálogo Macusaya – Loayza”, que el trabajo de Macusaya (en comparación a un trabajo de Rafael Loayza) “resulta (más) interesante, aunque carece de rigurosidad, presenta sus argumentos de manera un tanto desordenada y parece reflexionar sobre todo desde el sentido común”. Pero aquí es necesario ser críticos con el objetivo de la politización, es decir, qué busca Macusaya con sus varios apuntes en torno a un problema negado. No, Macusaya no apunta a una “guerra de razas”, y quizás esto es lo rico pero también problemático: el libro es una denuncia, que el trastorno no es sufrido por una nación, sino por un sujeto político específico, pero al mismo tiempo, apunta a reivindicar una identidad e intereses específicos, y no contempla liberar justamente a ese sujeto político, sino marginarlo. Esto no quiere decir que el indio como sujeto político deba someterse a ese centro, o a esa representación política que lo margina, sino, en todo caso, a pensar la representación política desde “lo indio”, es decir, a que el sujeto político indio de Macusaya tome ese centro y lo transforme.

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Autor: Wim Kamerbeek

Soy sucrense, tengo estudios en Negocios Internacionales en Rotterdam Business School, Lic. en Ciencias Políticas por la Universidad Católica Boliviana «San Pablo», asesor de Chuquisaca Somos Todos (CST). Mis trabajos giran en torno al análisis del discurso, semiologia y gestión pública.

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